Una
de las cosas que más me ha sorprendido como madre de una niña con una condición
especial, es ver como los demás niños son solidarios, como se acercan a ella
intrigados por la andera y luego se quedan con ella jugando como una más del
grupo.
Cuando Elizabeth inició el pre
escolar asistía a clases en coche y luego se sentaba en su silla de trabajo. No
caminaba aún, pero sus compañeritos de clases no le daban importancia a ese
detalle, insistían a las maestras que había que salir al parque con Elizabeth
porque a ella también le gustaba el tobogán. Cuando la veían taparse los oídos
le decían a quién cantaba que bajara la voz porque Elizabeth se asustaba y
siempre estaban muy atentos de alcanzarle los juguetes y sus utensilios de
trabajo.
Recientemente en su primer grado ya culminado,
Elizabeth ingresó caminando con su andadera, los niños que entraron con ella al
mismo colegio y que ya habían estudiado con ella en el colegio anterior estaban
muy emocionados de verla caminar, y los que apenas empezaban a conocerla ni se
inmutaron por la andadera, para ellos Elizabeth era como una super niña que
podía llevar a clases su propio auto.
Algunos preguntaron qué le pasaba y
al explicarles que ella aún estaba aprendiendo a caminar se sintieron
entusiasmados a ayudarla, y día tras día de todo el año escolar Elizabeth
caminaba rodeada de otros niños que querían apoyarla con su andadera, que
vigilaban si había un escalón y que le ayudaban a moverse si se quedaba
trancada la andadera en algún punto. Incluso ella aprendió a salirse del salón
al ver la puerta abierta imitando a sus compañeritos que a veces se escapan de
clases. Allí si caminaba rapidito, como para que no la alcanzaran.
A lo largo del año escolar tuvo
mucho apoyo de sus compañeros también dentro del aula, si lanzaba algo al suelo
estando sentada en su pupitre, ellos se lo pasaban, le explicaban a las
maestras que ella sabía leer pero que aún estaba aprendiendo a escribir, y
siempre buscaron apoyarla en todo. Elizabeth es famosa en el colegio, hasta los
estudiantes del sexto grado la conocen y saludan. Cuando estuvo ausente por su
tercera cirugía, sus compañeritos le enviaron cartas y dibujos, y solicitaron
que se les explicara detalladamente la razón de la operación.
Fuera del colegio similares situaciones
hemos vivido con Elizabeth, en los parques, en las fiestas de cumpleaños, con
sus primos, en la Iglesia, con los vecinos. Los niños siempre tienen una forma
especial de adaptarse y de ver al otro niño como un igual sin importar su
condición ni sus discapacidades. Ven la andadera, ven a una niña y acto seguido
se ponen a jugar y a apoyarla sin darle mayor importancia a la andadera.
Es realmente hermoso ver como los
niños no conocen de limitaciones ni de prejuicios. No saben de condiciones sino
de amistad, de apoyo y solidaridad. Ellos son inocentes y en su inocencia todo
lo ven diferente, si se enojan se contentan y vuelven a compartir, tienen una
misión única de jugar y jugar y en ella incluyen a Elizabeth cada vez que
pueden, aun cuando de pelotas se trata. Es simplemente maravilloso.
En todo este tiempo de aprendizaje
que llevamos junto a Elizabeth si ha recibido algún tipo de discriminación ha
sido de parte de los adultos, de los directores y maestros de colegios que le
rechazaron por su condición, de algún adulto que la mira raro y trata de alejar
a sus hijos de ella, incluso hasta de algunos familiares que por inseguridad o
temor no se atreven a invitarla de paseo porque no saben cómo desenvolverse con
ella.
Pero Dios que es infinitamente
misericordioso se ha encargado de enviar el triple de Ángeles (hombres y
mujeres de fe) a brindarle el apoyo, el amor y la ternura incondicional que ha
necesitado y necesita, ángeles que movidos por la fe, tienen la capacidad de
ver las cosas también como los niños, y sin prejuicios ni temores le han dado a
Elizabeth el amor de sus corazones.
Particularmente creo que si todos
pudiésemos ver las cosas como los niños, si nos liberásemos de los prejuicios y
comenzásemos a vivir el amor del modo incondicional en que Cristo lo vivió
definitivamente tendríamos un mejor país, un mejor mundo y mucha más felicidad.
No cuesta mucho, sólo necesitamos dejar de ver la andadera, la silla de ruedas,
la condición especial y ver que todos absolutamente todos somos diferentes y
que eso nos hace iguales. Y si en serio no puedes dejar de ver la condición, ni
la andadera ni la silla, entonces súmate al cambio, defiende los derechos de
las personas con discapacidades y condiciones y ábrele el camino al cambio,
porque todos podemos luchar por un bien mayor.
Comentarios
Publicar un comentario