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¿Por qué un bien mayor? De Aristóteles a San Agustín o de la fe de unos padres especiales.



Para algunos quizás resulte lógico que como padres pensemos en alcanzar el bien mayor para nuestra hija, no obstante, el título de este blog tiene un origen un poco más profundo.

Desde que iniciamos el camino por este mundo de la parálisis cerebral y la diversidad funcional, hemos tenido que aceptar constantemente lo que consideramos males menores a fin de lograr un bien para Elizabeth.

Por males menores entendemos una gama variada de exposiciones terapéuticas que vistos fuera del fin que persiguen podrían parecer una tortura, de hecho, este era el término con el que una de las abuelas solía referirse a las terapias de Elizabeth.

Una tortura porque en parte implicaban movilizaciones y estiramientos que causaban mucho dolor a la niña y en parte también porque implicaban – y aun implican- oírla llorar a causa de ese dolor.


El mayor bien ¿Qué es?



En la filosofía aristotélica, el sumo bien o el bien supremo, del griego “summum bonum”, es concebido como el fin último de mayor bien al que ser humano puede alcanzar.

El sumo bien es un fin en sí mismo, una meta a la que podemos llegar y que implica lógicamente la suma de otros bienes un poco menores.

Así la felicidad, desde la concepción aristotélica viene siendo ese bien mayor, ese fin último que el hombre puede lograr gracias a la incorporación de variados bienes en su camino.

Por su parte la teología católica nos ofrece una visión del bien que parte y retorna a Dios mismo. El bien mayor es producto de Dios que ha creado todas las cosas desde el bien pues Él es el bien supremo.

La causa eficiente le llama San Agustín, el origen de todo, lo que lo mueve y activa, lo que le produce y en cuyo tiempo todo está supeditado.

Incluso las famosas cinco vías de Santo Tomás nos acercan a la comprensión de Dios como el origen y fin de todas las cosas, el mayor bien del que venimos y al cual volveremos.

Para San Agustín todo bien grande o pequeño proviene de Dios, “toda salud grande o pequeña”, todo bien físico o espiritual.

Pero san Agustín también describe que en la persecución del mayor bien a veces es necesario también sacrificar otros bienes, o en algunos casos, tolerar menores males con tal de alcanzar ese fin último que es el bien mayor.

¿Complicado? Un poco, así es la filosofía y más aún cuando nos adentramos en los temas teológicos.

No es mi intención aquí escribir un tratado filosófico ni teológico del fundamento del blog ni de lo que buscamos alcanzar con Elizabeth, claro que no, simplemente intento describir de la manera más sencilla que puedo el por qué de este título que para nosotros como padres se ha vuelto un grito de guerra que a diario nos recordamos, no sin sentir de golpe, algún dolor interno que nos atraviesa el alma.


Del mal menor al bien mayor


El bien mayor, como lo hemos comprendido hace mucho, es alcanzar para nuestra hija su mayor grado de funcionalidad, su independencia, su libertad a pesar de las limitaciones propias de su condición de modo que en su vida adulta pueda ser lo más independiente posible, lo más feliz posible.

Para ello, necesario ha sido sacrificar en ella misma, algunos estados de paz y tranquilidad en procura de ese bien.

Desde las terapias que causan dolor por el estiramiento de sus tendones rígidos a causa de la espasticidad, así como con los tratamientos con la hormona del crecimiento que implicaron inyecciones diarias durante más de un año.

Hasta las tres cirugías dolorosas que ha tenido que vivir, llenando su cuerpo de cicatrices, su alma de experiencias no gratas y sus recuerdos de temor.

Estos, son los males menores que enumerados no parecen tan graves en función al bien que persiguen, pero que vividos en cada etapa han sido realmente difíciles, dolorosos tanto para ella como para nosotros y que se han convertido en grandes pruebas de fe también.

Recuerdo que el día de su primera cirugía, al ver el dolor que sentía en la primera noche posterior al trauma, Elizabeth elevó entre lágrimas y bajo los efectos aún de los calmantes, su primera plegaria a Dios, digo su primera plegaria pues aunque siempre hemos orado con ella, esta vez sus palabras, su gesto, eran una súplica en forma de alabanza.

Esa noche, al verle orar así, no pude más que abrazarla y recuerdo haberle pedido perdón entre lágrimas también por exponerla a ese sufrimiento, un dolor y un sufrimiento que yo sentía como ella y que hubiese preferido mil veces experimentar en carne propia que tener que hacérselo vivir.

Sabía que ese dolor era por un bien mayor. De no haberlo hecho su lesión en las caderas habría resultado en un mal aun peor, así que había que actuar y la cirugía, ese mal menor, doloroso y traumático era en realidad la única forma de propiciarle el bien.

A este punto, ahora la filosofía y la teología se quedan en pura teoría y no alcanzan a significar la magnitud del sentimiento y de la experiencia de tener que propiciar y experimentar un mal menor solo con el fin de lograr un bien.

Quizás solo quien ha vivido estas cosas pueda comprenderlo, y pueda entender también la magnitud del sacrificio de Aquel que en la cruz se entregase por nosotros, su dolor y el de su madre.

Una comprensión que aunque la teología y la filosofía intenten dilucidar, no puede ser realmente entendido hasta que se es vivido.

El mal menor, el dolor, el maltrato al cuerpo, a fin de un bien. El sacrificio de una supuesta paz y tranquilidad a cambio de un bien futuro mayor y más profundo, es lo que buscamos significar con el título de este blog.

Por ello hablamos de lucha, de superar obstáculos, de ganar batallas, de vencer.

Estoy convencida de que quien no ha pasado por este tipo de experiencias no puede comprenderlas, puede ser empático, puede acercarse y actuar con sensibilidad, incluso en su consideración de equiparación de una experiencia con otra puede atreverse a juzgar, pero no puede comprenderse lo que no se ha vivido.

¿Puede ser el bien un mal?


San Agustín también explica que esto que nosotros llamamos un mal menor, esto que causa dolor, en realidad es producto de cosas buenas. Para él las cosas buenas son capaces de causar dolor porque implican un cambio, una transformación en quien las experimenta, en este sentido el dolor no es causado por el mal sino por el bien.

Lógicamente una cirugía es un bien, un ejercicio de terapia física es un bien, una inyección a tiempo, un tratamiento y hasta unos regaños a tiempo, proporcionados para alcanzar un bien aún mayor, son claramente un bien.

Porque el bien también está en los actos y como lo explica San Agustín los actos que esta orientados al bien mayor son un bien en sí mismos.

Así, volvemos de nuevo a la filosofía aristotélica, el sumo bien, esa suma de todos los demás pequeños bienes es la que nos lleva al bien mayor.

En este camino que desde el nacimiento de Elizabeth hemos emprendido, nos hemos centrado en la búsqueda de ese bien mayor, enfrentando diagnósticos, tratamientos y bienes menores (que a veces parecen un mal) por el norte claro de buscar un bien mayor.

Cuándo dejará la andadera y caminará libremente no lo sabemos, lo que sí sabemos es que cada paso que damos, ya sea aristotélico o agustiniano, está centrado y fundamentado en la fe de saber que contamos con Dios y que nada será en vano mientras sigamos luchando por alcanzar para Elizabeth ese bien mayor que sea la suma de todos los bienes menores o males como seguramente ella lo aprecia y cómo en su momento lo hemos sentido.

El camino Por un Bien Mayor




La aventura de la parálisis cerebral es un camino para toda la vida, no tiene un fin como su condición no lo tiene, es crónica porque perdura en el tiempo y no es progresiva porque no puede empeorar, a no ser que no se intervenga y entonces se le deje el campo abierto a la espasticidad y sus complicaciones, lo que sí significaría un mal en todo sentido.

Es un camino cuya única estructura segura es su variabilidad, un día vamos seguros de que todo funciona bien con las terapias y al otro nos sorprende un nuevo diagnóstico, una nueva cirugía o la visión de un especialista que de golpe vuelve a modificar los planes y las estructuras.

Es un camino de aceptación, de esfuerzo constante y lucha. De avances y hasta de retrocesos. Es un proyecto de vida en constante transformación, pero un camino al fin, con un norte preciso y trazado como un horizonte, al cual llegaremos, por la montaña, por ríos y piedras, pero llegaremos tomados de Dios.

Así que aquí seguiremos, con nuestra consigna o grito de guerra, con nuestra lucha por avanzar y vencer las limitaciones de una condición neurológica mientras nos centramos en que la felicidad plena no sea una meta sino un camino, el camino ¡Por Un Bien Mayor!


 



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